-¡Dios!- suspiró
Era cierto, no lo había soñado. Además, sus sueños solían tener forma de pesadillas, no de besos o de felicidad agazapada a flor de piel. Bajó la mano y se tocó los labios con la yema del dedo corazón. Lo hizo con suavidad, para no borrar la huella de aquel beso, su único beso antes de salir disparada escaleras arriba. Había sido suficiente para llenarla, para hacerla sentir saciada, más feliz de lo que había sido jamás. El resto de la noche no había importado, aunque sus padres y sus hermanos tuvieron que preguntarle qué le pasaba, porque no paraba de hablar, reír, gritar. Le habría gustado decírselo, anunciarlo a los cuatro vientos, pero eso hubiera sido demasiado. Le pertenecía a ella y sólo a ella. Bueno, a ella y a él.
-Sergio- musitó.
Todo había sido tan imprevisto. Todo, tan rápido. Todo, tan increíble. Tal vez sí. Tal vez la vida estuviese en deuda con ella y empezara a pagarle. Se había enamorado. Así de fácil, sin problemas. Lo único que tenía que hacer era aceptarlo. Creerlo.
-Sergio.
Se pellizcó ara estar segura. Le hizo daño y se alegró de ello.Después continuó en la cama, arropada por el silencio, disfrutando de la paz del primer día del resto de su vida. Cerraba los ojos y ahí estaba él. Los abría y lo mismo. Había una justicia. Se los interrogantes de su agonía, de los <<por qué yo>>, a los <<por fin yo>>, a la confirmación de su felicidad. La vida era una cosa muy rara.
-Sergio- suspiró por tercera vez con un murmullo.
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