domingo, 12 de diciembre de 2010

Sola ante el peligro

Querida Beatriz,
Te escribo estas lineas al llegar a Nueva Orleans, después de cruzar el golfo de México des de Veracruz. La tripulación y yo hemos pasado tres meses en diferentes puertos del Caribe, Venezuela, Colombia, Panamá, Costa Rica y Nicaragua, antes de dirigirnos a los Estados Unidos; pero, como solo me fío del correo ianquino, he esperado a llegar a estas costas para escribirte. No te puedo explicar mucho sobre mi, ya que nada de digna mención ha pasado desde que nos vamos separar. Onofre, uno de mis marineros, se va romper una pierna y tres costillas al caer de un trinquete, y lo hemos tenido que dejar al hospital de Cartagena de las Indias. Un mes después, una tempesta muy fuerte nos va sorprender entre Cuba y cozumel, pero el Savanna es un buen barco y vamos salir sanos y salvos. Por lo que hace al resto, todo ha sido comprar y vender mercadería, como siempre. Pero no es de esto de lo que te quiero hablar, si no de mis sentimientos, y ignoro como hacerlo. No soy el hombre instruido, bien que lo sepas, y me veo incapaz de encontrar las bellas palabras que tu mereces sentir, de manera que me conformare a decirte plenamente lo que siento. Cada día, cuando estoy trabajando en la cubierta, o descansando en mi camarote, pienso en ti. Por las noches, durante mi turno de guardia, mientras el Savanna surcaba las aguas debajo de las estrellas, pienso en ti. Y también pienso en ti cuando, después de una jornada dura de faena, me voy a la cama. Y al dormirme, eres tu con la que sueño y, al despertar, mi primer pensamiento esta dedicado a ti. Muchas veces, me parece sentir el aroma de nardos de tu perfume, y me giro para buscarte, pero tu no estas. Y cuando llegamos a un puerto, no puedo evitar ver tu imagen en todas las mujeres con las que me cruzo, pero ninguna eres tu. No te puedo sacar de la cabeza, y tampoco nunca he querido a nadie como te quiero a ti. Y por eso no te quiero obligar a hacer una cosa de la que mas tarde te pudieras arrepentir. En nuestro ultimo encuentro, mientras nos despedíamos en el puerto, te pedí que, cuando volviera a España en mi pequeño viaje, lo dejaras todo y te vinieras conmigo. Me dijiste que si, y yo me sentí el hombre mas afortunado del mundo. Pero después, a lo largo de los pasados meses, me e dado cuenta que estaba siendo injusto contigo. No tengo nada para ofrecerte, salvo mi dura vida y asquerosa de un marinero. No tengo fortunas, y no poseo otros vienes mas que el Savanna. No pertenezco a tu clase, no tengo educación y ni tan solo mi piel es como la tuya, porque soy hijo bastardo y mezquino de una esclava negra. Piensatelo bien, Beatriz, piensatelo muy bien, porque tu te mereces mucho mas del que te puedo dar. Si decidieras cambiar de idea, si me dijeras que ya no quieres venir conmigo, yo lo entendería. Por mucho que lo sentiría, lo comprendería y seria feliz sabiendo que tu lo eres, encara que fuera lejos de mi. Cuando el Savanna abandone el puerto de Nueva Orleand, nos dirigiremos a Miami, a Santiago de Cuba y a Kingstom; después, cruzaremos el océano y, después de parar un par de días a Plymouht, pondremos rumbo a Santander. Si todo va bien, llegaremos después de la primavera. Piensa bien lo que te he dicho, Beatriz, y cuando volvamos a encontrarnos dame una respuesta. Ten presente que, decidas lo que decidas, siempre te querré.
Con todo mi amor, 
                                                                                Simón Cienfuegos.






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