Con 140 pulsaciones por minuto, músculos al límite, el corazón latiendo desbocado dentro del pecho y la mente en blanco. Sigues. La respiración se vuelve indomable, sólo intentas que algo de aire llegue a tus pulmones para poder seguir, para no detenerte, para no tener que volver a mirar atrás. Lo normal sería desistir. Pero tú nunca has dejado que se te apliquen las reglas que rigen el mundo. Sigues, sigues y sigues. Hasta que llega un momento que los músculos te arden, las piernas te flaquean. Tu corazón ruge desesperado, tu vista se nubla, y tus pulmones ya no son capaces de almacenar el aire que le entra a horcajadas.
Entonces es cuando te paras, y vuelves la vista atrás, preguntándote, por qué echaste a correr.
No hay comentarios:
Publicar un comentario