lunes, 25 de octubre de 2010

Paris mon amour

De algo estoy segura: no podrá quererle como lo quería yo. No podrá adorarle de ese modo, no sabrá advertir hasta el menor de sus dulces movimientos, de aquellos gestos imperceptibles de su cara. Es como si sólo a ella le hubiera sido concedida la facultad de ver, de conocer el verdadero sabor de sus besos, el color real de sus ojos. Ninguna mujer podrá ver nunca lo que yo he visto. Y él menos que ninguno. Ella, real, cruel, inútil, material. Se lo representa así, incapaz de amarle, deseando sólo su cuerpo, incapaz de verle verdaderamente, de encenderle, de respetarle. Ella no se divertirá con sus tiernos caprichos. Ella no amará incluso su mano pequeña, sus uñas comidas, sus pies ligeramente regordetes, aquel diminuto lunar escondido, aunque no tanto, a fin de cuentas. Puede que lo vea, sí, que terrible sufrimiento, pero nunca será capaz de amarlo. No de aquel modo.







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